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UNA ESCORT PIONERA (De cuando no había escorts)

Buenos Aires, en el siglo XVII, distaba mucho de contar con las deliciosas escorts Vip de Palermo que conocemos, obviamente. Pero sí había mujeres fascinantes.

Aquella primitiva Buenos Aires, fue un contraste viviente de pobreza y opulencia. De chicos descalzos y mujeres blanquísimas y enjoyadas, transportadas en sillas de manos. De una aldea con tanto aroma de azahares como hedor de suciedad y carne descomponiéndose al sol. Hay elegantes caballeros de ropas ricamente bordadas y altos sombreros. También marineros, soldados y buscavidas gastando su dinero en el vino barato de las tabernas. Hay tiendas de artículos traídos de Europa al alcance de unos pocos.

Todo en medio de las calles eternamente embarradas, transitadas por carretas de bueyes y vendedores ambulantes que vocean sus mercancías. Es la aldea de las procesiones con cirios e incienso en cualquier día, y a la vez de las peores degradaciones.

En ese ambiente se mueve Doña María de Guzmán Coronado.

No era una de las deliciosas escorts Vip de Palermo, pero merecería serlo

Su historia es la de una atrevida dama de gran inteligencia y belleza. Utilizó sus dotes para relacionarse con los personajes más importantes del momento. Así logró destacarse en un mundo dominado por los hombres. Decidida a tener dinero y poder a cualquier costo, se valió de sus armas femeninas con mucha astucia.
Su vida está retratada con pluma maestra por el novelista José María Martínez Vivot. Lo hizo en su novela “La cortesana de Buenos Aires”. Dice el autor que se trataba de “… una mujer muy independiente y muy rica, que fue amante de varios personajes relevantes del Buenos Aires del siglo XVII. Pero cuando María murió, se desató un tremendo conflicto entre sus herederos porque una de sus joyas preferidas y más valiosas, un brillante con forma de corazón, regalo del gobernador Dávila, había desaparecido” Ese es el disparador de la historia novelada.

Todo un show

Cuando joven, esta mujer fue descrita en crónicas de la época como: “Rubia, de ojos glaucos y caderas anchas. No hubiera desentonado para nada en la corte de los Austrias, y hasta podría ser tomada por una hermana bella del propio Felipe IV”

Ya siendo parte de la alta sociedad colonial, que no admitía ningún tipo de mestizaje con los nativos (y por eso veneraba biotipos femeninos como los de María) se unió a Margarita Carabajal y Ana Matos Encinas con un propósito muy especial. Eran otras dos chicas de unos veinte años, y de parecidas características físicas. Con ellas montó una especie de espectáculo reservado a la elite local.

Por aquellos años, se veneraba a la “Virgen de la Limpia e Inmaculada Concepción”. Luego de las celebraciones públicas, con procesiones y misas, las chicas hacían una representación un tanto más “hot”, si cabe decirlo así.

Margarita Carabajal, María Guzmán Coronado y Ana Matos Encinas, montaban una escena edénica y musical. La Virgen era interpretada alternativamente por ellas mismas, apareciendo y desapareciendo en distintos lugares del jardín de una residencia privada. Tuvieron mucho éxito, y fue transformándose con el tiempo en algo cada vez más exclusivo para un público reducido, y a veces para un solo espectador. El Virrey, por ejemplo.

Esa “Virgen de la Inmaculada Concepción” bailaba y se desvestía frente al espectador para tomar un baño.
Se lo conoció como “El Baño de la Virgen” y generalmente terminaba en un enredo sexual con varios participantes.

Así fue que la bella y osada María Guzmán Coronado obtuvo un lugar reservado a muy pocos en la sociedad del Buenos Aires colonial. Y se la puede considerar como una “proto-escort”, muy adelantada a su tiempo.